¿El Consenso de Washington ha muerto, larga vida al Consenso de Washington?

Los artículos de esta reseña examinan el origen e influencia del Consenso de Washington desde una perspectiva sociológica y cuestionan que pueda catalogarse como un modelo de desarrollo

En abril de 2021 falleció John Williamson, autor putativo del consenso de Washington. Lejos de ser su ideólogo, este economista fue el primero en compilar este decálogo de reformas económicas, propuesto por la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos y recomendado por los bancos multilaterales en Washington a los países de América Latina en el contexto de la crisis de la deuda de la década de 1980s (ver recuadro). Cada año se publican docenas de artículos académicos sobre el Consenso de Washington (CW en adelante) y 2021 no fue la excepción. En esta reseña sintetizo dos que me parecieron especialmente interesantes: en el primero, Sarah Babb y Alexander Kentikelenis (2021) indagan sobre el origen, auge y legado del CW, mientras que en el segundo, Michael Spence argumenta que el CW no es un modelo de desarrollo.

Washconsensus
Las diez recomendaciones del CW (Williamson 1990)

Babb y Kentikelenis (2021) revisaron la literatura sociológica sobre el CW y analizaron tres facetas interdependientes para comprender su origen y ascenso: el contexto económico internacional, las ideas económicas que lo legitimaron y las prácticas organizacionales que permitieron implementarlo. Sobre la primera, la crisis de la deuda de la década de 1980 puso en aprietos a los gobiernos deudores pero también a los bancos por lo que, en 1985, el Secretario del Tesoro de Estados Unidos, James Baker III, propuso que el Fondo Monetario y el Banco Mundial impulsaran reformas macroeconómicas estructurales en los países más endeudados con miras a ajustar sus balanzas de pagos, reducir la inflación y, por supuesto, lograr que pagaran sus créditos (Aliquo 1986). Así nació esta “campaña coordinada para la difusión de políticas de libre mercado organizada alrededor de los recursos y la autoridad normativa de organismos internacionales” (Babb y Kentikelenis, 2021, p. 523), a la que también se sumaron bancos regionales como el BID. En la década de 1990, libre de la amenaza soviética, Estados Unidos repotenció el CW inyectando capital al FMI y al Banco Mundial para que continuaran abriendo puertas para la inversión privada ya no solo en América Latina sino también en África y Europa oriental.

El CW ganó auge luego del colapso de la Unión Soviética
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La segunda faceta se refiere a la “supremacía cognitiva” del Banco Mundial y el FMI, gracias a la cual, el CW llegó a ser percibido como el punto de vista de los “economistas serios”. Ya desde la década de 1970 hacía carrera en la disciplina económica un movimiento caracterizado por el escepticismo frente a la intervención estatal; como economista jefa del Banco Mundial entre 1982 y 1986, Anne Krueger depuró al Banco del “personal que tuviera puntos de vista que se desviaran de la ortodoxia pro-mercado” (Babb y Kentikelenis, 2021, p. 528). Años más tarde, Krueger fue nombrada subdirectora del Fondo Monetario. Estas y estos “economistas serios”, casi siempre educados en universidades estadounidenses, ayudaron a legitimar e implementar el CW, no solo desde el Banco Mundial, sino también desde los ministerios de finanzas en América Latina. La tercera faceta tiene que ver con las prácticas organizacionales y, en particular, con la manera en que el Banco y el Fondo supeditaron la refinanciación de los créditos a la implementación de las reformas del CW.

Babb y Kentikelenis (2021) describen dos corrientes de pensamiento sobre el legado del CW: según la primera, este perdió influencia debido a las críticas dentro de la disciplina económica y al auge de la economía de China, que mostró que había un camino diferente hacia el crecimiento económico acelerado y, además, creó una fuente alternativa de crédito e inversión para los países. Según la segunda, en la actualidad el WC opera “encubierto” pues, aunque ya no goza de la legitimidad que tenía en la década de 1990, en la práctica sigue orientando las prácticas del FMI, como fue evidente en el manejo de la crisis de la eurozona, y sigue ejerciendo influencia a través de los rankings e índices del Banco Mundial (e.g. Doing Business Index).

Este artículo incluye fuentes frescas y abundantes y en los párrafos finales sus autores proponen una agenda de investigación sobre la “sociología del cambio institucional global” que analice las organizaciones internacionales como “vectores” de cambio institucional, la influencia de los países periféricos en la formación de normas globales y la cuestión de quiénes producen el cambio global y los recursos que movilizan para lograrlo.

Necesitamos comprender mejor cómo el “imperio informal” de Estados Unidos—basado en una relación clientelista con las élites del Sur Global y en la constante amenaza de coerción contra países reacios—afectó las trayectorias de desarrollo y la dirección del cambio institucional

Babb & Kentikelenis (2021, p. 534)

El segundo artículo de esta reseña hace parte de un “simposio” publicado a mediados de 2021 por el Journal of Economic Perspectives que incluyó otros tres artículos sobre el legado del CW en América Latina y África y sobre sus efectos de largo plazo en el crecimiento económico. Por momentos, el artículo de Spence (2021) es nostálgico—como si el autor fuera un niño que describe los pedazos de su juguete favorito que se ha roto—pero su principal argumento es que, debido a sus silencios y omisiones, el CW estaba lejos de ser un modelo de desarrollo económico. Al contrastar las políticas incluidas en el CW con las empleadas por las economías asiáticas, que mostraron un desempeño económico muy superior a las de América Latina, el autor encontró que las aplicadas en Asia tuvieron una visión más abierta y “expansiva” sobre el papel del estado, al que dieron un papel más activo en términos de transformación estructural (incluyendo políticas industriales), fueron más pragmáticas que dogmáticas, prestaron mayor atención al ritmo y secuencia de la apertura económica y mostraron una actitud mucho más cautelosa frente a los flujos de capital externo y la inversión extranjera.

En contraste, el CW proponía liberalizar las importaciones y la inversión extranjera, pero no daba pistas sobre el ritmo y secuencia de estas reformas. Tampoco decía nada sobre la innovación y transferencia de tecnología, dos aspectos fundamentales del crecimiento económico, ni sobre la transformación estructural de la economía, ni analizaba los efectos distributivos de las reformas o su economía política. Según Spence (2021), estas omisiones reflejaban la creencia generalizada de que, si el gobierno estabilizaba la economía y permitía a los mercados operar libres de “distorsiones”, el desarrollo económico ocurriría por sí solo. 

Aunque Spence (2021) no lo menciona, el mismo Williamson decía en su artículo que el CW se caracterizaba por un “rechazo implícito de la literatura sobre el desarrollo” (1990, p. 86) y preguntaba a sus colegas si esta omisión era acertada [1]. En sus comentarios al CW, el economista jefe del Banco Mundial de la época, Stanley Fischer (1990), argumentó que los países en desarrollo no deberían adoptar políticas industriales pues no tenían la capacidad para implementarlas correctamente—un punto de vista que el Banco Mundial reiteró luego en su World Development Report de 1997 y que aún hoy se oye con frecuencia en foros de política económica.

El Consenso de Washington no fue pensado como un programa de desarrollo. Las diez políticas que propone no son condiciones necesarias o suficientes para el crecimiento y el desarrollo

Spence (2021, p. 69)

El CW es muy mencionado dentro y fuera de las universidades pero su origen y su contenido no siempre son conocidos por lo que los dos artículos reseñados en esta nota pueden resultar útiles, especialmente en la enseñanza universitaria.

Notas
[1] Un aspecto olvidado del CW es que en su versión original era un documento de trabajo en que el autor preguntaba a otros expertos si estaban de acuerdo en que esos diez puntos reflejaban el consenso; sin embargo en varios puntos Williamson (1990) tomaba distancia o expresaba dudas.

Referencias

Aliquo, N. A. (1985). Treasury Secretary James Baker’s Program for Sustained Growth for the International Debt Crisis: Three Steps toward Global Financial Security. Penn State International Law Review4(2), 275-315. http://elibrary.law.psu.edu/psilr/vol4/iss2/7

Babb, S., & Kentikelenis, A. (2021). Markets Everywhere: The Washington Consensus and the Sociology of Global Institutional Change. Annual Review of Sociology47, 521-541. https://doi.org/10.1146/annurev-soc-090220-025543

Fischer, S. (1999[1990]). Comentario. En M. Guitián y J. Muns (eds.), La cultura de la estabilidad y el consenso de Washington (pp. 94-100). Caja de Pensiones y Ahorros.

Spence, M. (2021). Some Thoughts on the Washington Consensus and Subsequent Global Development Experience. Journal of Economic Perspectives35(3), 67-82. DOI: 10.1257/jep.35.3.67

Williamson, J. (1999[1990]) Lo que Washington quiere decir cuando se refiere a reformas de las políticas económicas. En M. Guitián y J. Muns (eds.), La cultura de la estabilidad y el consenso de Washington (pp. 67-86). Caja de Pensiones y Ahorros. 

World Bank (1997) World Development Report 1997: The State in a Changing World. The World Bank.